jueves, 31 de enero de 2013

1902 - Viaje a la Luna, Georges Méliès


¡Abróchense los cinturones, viajeros del tiempo! Nuestro Agujero de Gusano nos ha succionado del presente y nos ha arrojado a un mundo que ya no existe. Un mundo del pasado, un universo que ahora tendremos que recorrer, pasito a pasito, hasta poder regresar a la época que nos corresponde.



Miramos a nuestro alrededor y reconocemos la ciudad de París. Inconfundible sí, pero extraña. Es el París de finales del siglo XIX. El momento y lugar exactos. El Cine está a punto de nacer. Nuestro viaje no ha hecho más que comenzar.




Del ilusionismo al Arte

28 de diciembre de 1895. París. Sótano del Grand Café del Boulevard des Capucines. Los hermanos Lumière organizan la presentación de su nuevo prodigio: el cinematógrafo. Entre el público asistente, un joven ilusionista y propietario del teatro Robert Houdin. Su nombre es George Méliès. Ha pagado un franco por la entrada, y asistirá boquiabierto a la primera proyección comercial de imágenes en movimiento de la historia.

Observará ensimismado cómo escenas de la vida cotidiana cobran vida ante sus ojos. Unos obreros entrando en una fábrica. Un tren llegando a una estación. Un jardinero mojándose con su manguera. Imágenes sin sonido, mudas, grises, fantasmagóricas. Pero fascinantes.








¿Y no es precisamente esa fascinación, ese asombro ante la pantalla, lo que aún hoy en día buscamos al sentarnos en una butaca? Un resorte salta en el cerebro de Méliès, que sólo intuye lo que nosotros, mas de un siglo después, ya sabemos. Pero no lo duda ni un instante: quiere incorporar aquella maravilla a su espectáculo. Nada más acabar la proyección intenta comprárselo a los Lumière, y su negativa, lejos de frenarle, estimula aún más su ingenio y su creatividad. En busca de una alternativa, adquiere una copia del kinetoscopio de Edison, de las que en aquella época realizó el inventor Robert W. Paul, aprovechando que Edison no lo había patentado en Gran Bretaña. A partir de este artilugio, teniendo muy claro el resultado que perseguía, y aprovechando sus conocimientos mecánicos (adquiridos durante la reparación y el perfeccionamiento tecnológico de la industria del calzado en el negocio familiar), logra adaptar y perfeccionar su propio cinematógrafo.


En seguida se pone manos a la obra. Comienza con grabaciones muy similares a las que ha visto en el Grand Café, con la idea de introducirlas en su espectáculo de ilusionismo. Pero un hecho aparentemente fortuito lo cambiará todo para siempre.



Durante el rodaje de una de sus escenas, su cinematógrafo se atasca. Al revelar la película, descubre con sorpresa un efecto óptico que se ha producido por azar: la superposición de fotogramas, que crea el efecto de súbitas apariciones y desapariciones de objetos y personas.









Sólo un genio aprovecha la oportunidad que el destino le brinda para cambiar la Historia. Otra persona quizás lo hubiese pasado por alto, limitándose a arreglar el aparato y a tirar la película defectuosa. George Méliès, sin embargo, inventó para el mundo los efectos especiales. Fundidos, sobreexposición de negativos, stop-motion… Méliès empezó mostrándolos al público como los hallazgos que eran, al más puro estilo ilusionista de teatro y de atracción de feria. Pasen y vean. Pero no se detendrá aquí, y empezará a utilizarlos no como elementos protagonistas de sus proyecciones, sino como efectos sorprendentes dentro de sus narraciones cinematográficas. Es aquí donde va más lejos que los demás. El ilusionista, el prestidigitador, el mago, tiene por fin en sus manos la varita mágica de la que surgirá un nuevo tipo de arte nunca antes visto: el Cine.


Viaje a la Luna

En 1902, Méliès ya había rodado incontables escenas y películas. Para ello había construido su propio estudio cinematográfico, en el que combinaba los viejos trucos de la tramoya con los cinematográficos recién descubiertos, para lo cual diseñaba y construía maquetas y decorados. Sus narraciones son cada vez más complejas y sofisticadas, y el argumento comienza a cobrar mayor protagonismo a medida que su público demandaba novedad. Es en este contexto donde nace su obra maestra: Viaje a la Luna.


Su argumento está claramente inspirado en las obras de Julio Verne "De la Tierra a la Luna" (1865) y su continuación, "Alrededor de la Luna" (1870), de la que toma prestados elementos como el enorme cañón que impulsa el cohete de estos primeros astronautas cinematográficos. Pero bebe también de otras obras, como "Los Primeros Hombres en la Luna" (1901) de H. G. Welles o incluso de un fragmento del antiguo poema griego del siglo II, "Historias Verdaderas" de Luciano de Samosata, como tan acertadamente nos señala Alejandro Mendoza en su interesantísimo ensayo.

En la película de Méliès, un grupo de astrónomos emprende un viaje al lejano satélite embarcados en un cohete impulsado por un enorme cañón. Una vez allí descubrirán un exótico mundo plagado de hongos gigantes y una extraña raza de alienígenas con quienes combaten a paraguazos y de los que, tras ser capturados, deberán huir a toda prisa. El regreso a la Tierra se resolverá arrojando el cohete por un precipicio, acabando en el fondo del mar. Un barco les rescata y les remolcan a puerto, donde son recibidos como héroes.




Durante apenas 14 minutos (duración record para la época),  Méliès despliega todas sus habilidades al servicio del espectáculo. La escena del cohete incrustándose en su vuelo en el ojo de la luna es el equivalente del actual 3D del Ávatar de James Cameron. Y, como tal, ha pasado a los anales de la historia del cine. Los sorprendentes efectos se suceden: la visión de la lejana Tierra vista desde la Luna, los saltimbanquis selenitas que se volatilizan a golpe de paraguas, la caída del cohete por el precipicio y su inmersión en el fondo del mar... así como el coloreado de la cinta, que Méliès realizó fotograma por fotograma.

Méliès combina el asombro producido por estos pioneros efectos visuales con el tono de comedia de opereta propio de aquellos espectáculos. Hay caídas, peleas y persecuciones con un afán puramente humorístico. Pero el tema de fondo es tan antigüo y tan actual como el descubrimiento de lo desconocido, el viaje a donde nunca nadie antes había estado, la imaginación construyendo mundos que no existen. La esencia misma de la ciencia ficción.


A menudo los grandes creadores no sólo no son valorados en su tiempo, sino que mueren sumidos en la pobreza sin ver reconocida su obra.  Martin Scorsese, en su película homenaje "La Invención de Hugo", nos mostró cómo Méliès acabó arruinado y olvidado, escondido tras el mostrador de una pequeña tienda de juguetes en la estación de tren de Montparnasse. La visión y la creatividad del genio pionero del cine no le convertían el mejor de los empresarios, y tuvo que presenciar cómo su obra era pirateada, esquilmada, agotada y finalmente destruida casi en su totalidad. Por suerte, su legado le sobrevivió para llegar hasta nosotros. Para poder honrarle y homenajearle como se merece. El zapatero que se convirtió en ilusionista. El ilusionista que se convirtió en mago. El mago que creó el Séptimo Arte.

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